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¿NOS PUEDE CUIDAR UN ALGORITMO?

Salomé Martín, coordinadora del Grupo de Ética y Legislación

¿NOS PUEDE CUIDAR UN ALGORITMO?

Con este título o parecido, asistí a una mesa redonda hace unos días en la que queríamos profundizar en la tecnología y las personas mayores, en las características del diseño, el futuro, la ética de estas herramientas... Es un debate interesante, que  permanecerá abierto en los próximos años, quizá décadas, a medida que se desarrollen con más amplitud el transhumanismo, el metaverso, la modificación genética… y  la Inteligencia Artificial.

El debate, bajo mi punto de vista tiene dos vertientes principales: por un lado, la referente a las personas mayores utilizando tecnología, internet, apps, teléfonos inteligentes, banca online, ordenadores personales, etc. y por otro, el uso de la tecnología para cuidar a personas en situación de dependencia que, si bien no siempre son mayores, con frecuencia sí coinciden ambas situaciones.

Abordar estos dos frentes es complicado y durante la mesa redonda se dieron algunas pinceladas muy interesantes. Destacar, aunque no sea específico de este tema, algo fundamental para el futuro, la relación de cuidado es bidireccional. Queremos que nos cuiden con unas premisas personales que el cuidador debe aceptar y estar dispuesto a proporcionar; es un encuentro entre los derechos de ambos y los proyectos vitales de cada uno que necesitan confluir para que la relación sea adecuada.

La tecnología ha venido para quedarse y lo cierto es que nos facilita muchas cosas de la vida, aunque no debemos olvidar que es una herramienta, no un fin en sí misma. Su diseño no debe aumentar la vulnerabilidad o crear fragilidades donde no las había y eso es fundamental a contemplar por las empresas que crean apps, sistemas de registro o gestiones online. Si eso no se tiene en cuenta, dejaremos grupos de personas atrás, cuando el objetivo como sociedad es ser más eficientes, pero no a costa de abandonar a los más vulnerables.

¿Queremos que nos cuide una tecnología? Posiblemente ninguno queremos que el tacto, el contacto y la presencia sean sustituidos por un ente no humano, sea cual sea, aunque la tecnología, como herramienta, puede hacer que los procesos sean más eficaces y de esa forma liberar tiempo y evitar tareas burocráticas o no puramente relacionales para conseguir que el “tiempo humano” sea de calidad. Y pongo un ejemplo. Si una pantalla puede analizar y dar los resultados de escalas de valoración geriátrica  básicas y ese tiempo queda liberado para poder hablar con el paciente, quizá sea un buen instrumento. No lo sería, posiblemente, si el tiempo de escucha empática, de contacto por decirlo de alguna forma, lo realizamos con una pantalla.

Establecer esta diferencia es muy importante. La innovación no está para suplir la cercanía y las relaciones que todos necesitamos; está, precisamente, para hacer que podamos mantenerlas incluso cuando la relación entre el aumento del número de personas que necesitan cuidados y las que pueden y quieren proporcionarlo se invierta.

Quizá, y es una idea, necesitamos diseñar y consensuar muy bien el sistema posible de cuidados para el futuro (y digo posible porque el ideal o perfecto puede no ser viable) y de esa manera adaptar la tecnología y especialmente su desarrollo a esos procesos y no a la inversa.

Otra conclusión tan importante como la primera, es la necesidad de tener en cuenta a todos los colectivos en los momentos de “tecnificación o automatización” de algunos procesos, para evitar dejar fuera del sistema a una parte de la sociedad. Generar dependencias no preexistentes supone no hacer las cosas de forma correcta y “obligar” a pedir apoyo y ayuda en situaciones que previamente no lo necesitaban.

La deliberación sigue abierta, es necesario escuchar más a las personas mayores, es imprescindible incluirlas en los foros de discusión, testar los diseños y desarrollos con ellas y seguramente con otros colectivos que pueden precisar apoyos para transformarse en usuarios  de los nuevos medios.

La revolución tecnológica está aquí, no hay que demonizarla, ni pararla, solo adecuarla, pensarla, consensuarla, establecer horizontes. ¿Todo lo posible es éticamente aceptable? ¿Qué sociedad queremos, en la que solo puedan vivir algunos o la que acepte y acoja a todos?

 
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